
20 VIDAS mayores necesitan TÚ AYUDA.
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Mi nombre es Jimena Nair, y hoy quiero compartir una experiencia que transformó mi vida.
Llegué a la India el 6 de diciembre de 2024, por segunda vez, a un país que considero tan maravilloso como caótico. Desde el momento en que pisé sus calles, me envolvió un torbellino de estímulos: el sonido constante de bocinas, motos y coches que comparten carril con vacas y personas que parecen moverse en todas direcciones al mismo tiempo.
Al principio, el caos te abruma, pero con el tiempo, aprendes a fluir con él y a entender su armonía oculta.
En mi primer mes, recorrí en moto el estado de Rajastán, un lugar que me permitió descubrir tesoros escondidos en pequeños pueblos que parecían detenidos en el tiempo.
Recuerdo un pequeño pueblo con casas pintadas en tonos de azul añil, donde los niños corrían descalzos entre los callejones. En los bazares, los aromas de especias como el cardamomo y la cúrcuma se mezclaban con el humo de los carbones encendidos y el olor dulce de los chai recién preparados.
Allí aprendí que la belleza no siempre está donde esperas encontrarla, sino en los rincones escondidos que solo descubres cuando te pierdes.
Luego, mi camino me llevó a Goa y, finalmente, a Udupi, una ciudad en el estado de Karnataka. Fue allí, en un pequeño pueblo llamado Katpady, donde viví una de las semanas más significativas de mi vida.
En este tiempo viajando no solo por India, sino también por el sudeste asiático, descubrí algo hermoso: la generosidad desbordante de las personas locales.
En estos países, la gente abre las puertas de sus hogares y de sus corazones, confiando en la bondad de quienes llegan desde lejos. Recibí tanto: hospitalidad, sonrisas, amor; cosas que el dinero no puede comprar y que son difíciles de describir.
Este regalo intangible despertó en mí una necesidad profunda de dar algo a cambio, de devolver al mundo un poco de lo que había recibido.
Fue con este propósito que llegué a un ashram en Katpady, un refugio donde personas mayores sin apoyo pueden encontrar un hogar.
Recuerdo presentarme al propietario con estas palabras:
“Hola, soy Jimena y he venido a dar. Quiero ayudar en lo que pueda y en todo lo que necesiten.”
Él, algo sorprendido, me respondió:
“No necesitamos ayuda. Estamos bien. ¿Estás segura de que quieres quedarte? Este no es un lugar cómodo.”
Sin dudarlo, le aseguré que no buscaba comodidad, sino compartir, ayudar y ser una más de ellos.
Después de un rato de conversación, finalmente aceptó y me dijo:
“Está bien, te prepararemos un lugar.”
Cuando me llevaron a mi habitación, entendí lo que él había querido decir con “no es cómodo”.
Era una pequeña habitación compartida sin colchón, con una cama de hierro cubierta por una manta, un ventilador que giraba lentamente en el techo y una ventana sin cristal que daba al campo.
Sin embargo, todo eso era insignificante comparado con la calidez que sentí al instante. Las miradas curiosas y las sonrisas tímidas de los residentes me hicieron sentir bienvenida.
Esa semana fue mágica.
Me unía a ellos en sus tareas diarias: barrer el patio, limpiar las habitaciones o simplemente sentarme a escuchar sus historias. Aprendí sus nombres, sus costumbres, y algo aún más importante: su forma de ver la vida.
Ellos no se quejaban de lo que no tenían; vivían agradecidos por lo que sí tenían, por pequeño que fuera.
Conviví con personas llenas de amor, me sentí parte de una gran familia y recibí más de lo que nunca habría imaginado.
Nos hicimos hermanos en solo siete días.
El último día fue devastador.
Mientras preparaba mi mochila, sentía un nudo en el estómago. Ellos me miraban desde lejos, con una mezcla de tristeza y resignación.
Cuando llegó el momento de despedirme, mis lágrimas finalmente cedieron.
Uno a uno, me abrazaron con fuerza, pero Ganga, con quien había creado un vínculo especial, se negó a darme un abrazo. Al principio no lo entendí, pero después vi el dolor en sus ojos.
Su forma de protegerse era mantener la distancia, porque sabía que la despedida dolería demasiado.
Al dejar el ashram, llevaba conmigo más que recuerdos; llevaba una transformación.
Había llegado con la intención de dar, pero me di cuenta de que ellos me dieron más de lo que nunca podría devolver.
Me enseñaron que el amor verdadero no se mide en gestos grandiosos, sino en pequeñas acciones cargadas de intención.
Por todo esto, decidí crear algo más grande.
Quería DAR más, devolverles un poco de la dignidad que merecen y mejorar sus condiciones de vida. Así nació la idea de recaudar el dinero necesario para brindarles un hogar más digno y seguro.
Ese mismo día, empecé a trabajar en ello, imaginando cada detalle.
No sé cuánto tiempo tomará lograrlo todo, pero hay algo que sí sé: no voy a olvidarme de ellos.
Ese día llegará, el día en que, juntos, celebremos este gran logro.
Gracias, gracias, gracias.
Organizer

Jimena Nair
Organizer
Castellví de Rosanes, CT