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Vuelvo a mi país...¡con mucha esperanza!

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Conocí a Dilcia poco tiempo después de su llegada a España desde Honduras en el año 2018. La única idea que tenía en su cabeza era sacar adelante a su familia.  Ahora vuelve a su país para retomar su vida son sus seres queridos. Las personas que la hemos conocido, queremos que, a pesar de haber sufrido mucho aqui, pueda tener la posibilidad de empezar de nuevo en su país con buen pie y tener una forma de ganarse la vida para ella y sus cinco hijos. Está muy ilusionada con la propuesta del pequeño negocio que se  detalla en la entrevista a continuación. Es una verdulería/frutería con productos de ultramarinos y le deseo muchísima suerte para que su largo viaje tenga un final feliz.

Quiero agradecer a mi amiga, Claudia Zavala, periodista y autora del Blog Diáspora Azul  que ha realizado la entrevista, donde Dilcia nos relata sus vivencias. 

“Quiero empezar de nuevo en mi país”

El año 2017 significó un duro golpe en la vida de Dilcia Vargas. Después de 23 años de matrimonio y 5 hijos en común, su marido la abandonó por otra mujer y la dejó sin ningún tipo de manutención. Como socios en supuesta igualdad de condiciones, administraban juntos el negocio de venta de ropa que era la única fuente de ingresos para la familia. Junto al mazazo emocional de la infidelidad, Dilcia también descubrió que su marido había pasado todo a nombre de su nueva pareja y que ella ahora no tenía nada.

“Confié ciegamente en él. Yo estaba a su lado desde los 14 años y era mi esposo. ¿Cómo iba a imaginar que me haría algo así? Nos dejó de la noche a la mañana, incluyendo a nuestra hija mayor que era sólo suya, pero yo la crié como mía. Le dije que yo estaba embarazada otra vez, pero no le importó nada. La situación me desbordó, perdí el control y caí en depresión. Tuve que buscar una salida de emergencia para alimentar y seguir criando a mis hijos”.

Aunque asegura que nunca había estado entre sus opciones de vida, esa salida de emergencia llegó en forma de proyecto migratorio.  En medio de la situación desesperante que vivía, Dilcia contó con la ayuda de su mamá, al menos para tener techo y comida. A consecuencia de un embarazo complicado, su hija Monserrat nació con algunos problemas de salud, que se agravaron con una neumonía que sufrió, a los 18 días de nacida. Pese a la angustia que significaba separarse de sus hijos de 24, 20, 12 y 4 años de edad y, sobre todo, de su bebé tan delicada de salud, Dilcia decidió continuar con su idea de emigrar, pues no encontraba otras opciones laborales en su país. “Con 38 años, me decían que ya estaba vieja y que no podía hacer algunas cosas. No tuve otra alternativa que buscar oportunidades lejos de mi gente”. Después de vender algunos enseres de su hogar y contar con la ayuda de personas cercanas para conseguir el dinero para el boleto de avión y mil euros más, para demostrar en el control migratorio del aeropuerto que tenía suficiente sustento para los días que, supuestamente, estaría como turista, aterrizó en España, en mayo de 2018. La esposa de un sobrino la recibió en el barrio de Benimaclet, en Valencia. La chica vivía en una pequeña habitación que tenía una sola cama. Según  cuenta Dilcia, ambas tenían que compartirla. Por ese derecho, la dueña de la casa le cobraba 10 euros todos los días, es decir, 300 al mes. ““Como no pude pagar, porque era mucho dinero para mí, me quedé solo una semana. Le pagué 70 euros y me fui. Los mil euros que traía los tuve que mandar a Honduras, justo al llegar, porque mi mamá los necesitaba para pagar su casa, que la hipotecó para conseguir fondos para mi viaje. Tuve la fortuna de conocer a una familia nicaragüense que me acogió bien. La señora era bien estricta, pero me ayudó a conseguir trabajo. Me dedicaba tiempo para acompañarme a posibles empleos; íbamos a pie, porque no teníamos para transporte público. Caminé muchísimo y me sucedieron muchas cosas en la búsqueda. Una señora me dijo que no podía trabajar con ella, porque yo era muy gorda. Otra me dijo que porque era muy morena. ¡Cosas que en mi vida hubiera imaginado que les iba a importar! Me iba a los parques a hablar con viejitos, preguntándoles si no necesitaban a alguna cuidadora. ¡Estaba abatida! Por fin, encontré trabajo, casi dos meses y medio después de haber llegado”.

Los primeros ingresos los recibió, luego de cuidar a un enfermo en un hospital. El señor falleció a los 15 días. Luego, comenzó a cuidar a una señora enferma de Alzheimer, con la que estuvo casi seis meses. También murió. Luego, las cosas comenzaron a mejorar un poco, con algunos trabajos que conseguía como limpiadora; uno de manera estable, donde asegura haber recibido mucho respeto y buen trato.

A los pocos meses, el objetivo de Dilcia de continuar trabajando y, con el tiempo, intentar regularizar su situación migratoria para consolidar su residencia en España, se torció por completo. Desde Honduras, recibió la noticia de que su ex marido se había llevado a su hijo de 12 años, para que trabajara junto a él en la construcción. “Lo sacó de la escuela, para ponerlo a trabajar como albañil. Me han enviado fotos suyas con las manos destrozadas, llagas en los dedos, golpes en las piernas… ¡es un niño! No puede hacer ese trabajo pesado. Además, la zona en que vivimos es bien peligrosa, porque hay muchos pandilleros. Un niño solo y sin ir a la escuela corre muchos riesgos. Me ha llamado varias veces, de madrugada, diciéndome que ya no quiere estar con su papá, que quiere estar con sus hermanos. Me parte el corazón… Siento una impotencia y un dolor inmensos sólo de pensar que no puedo protegerlo. Pensé que todo el daño que ese hombre me hizo como mujer era suficiente. Jamás imaginé que llegaría a comportarse así con su propio hijo”.

Dilcia rompe en llanto y muestra las fotos que, efectivamente, evidencian lo que narra. Luego de varias semanas de evaluar qué podía hacer ante semejante situación familiar, decidió que lo mejor era volver a su país para resolver todo de manera directa. Le comentaron que una conocida suya, con la que había coincidido en su época de vendedora en el Mercado de San Pedro Sula, estaba traspasando su negocio, una abarrotería y frutería bien ubicada y con una clientela consolidada. (Fotografías reales del negocio.)


Determinó que conseguiría el dinero necesario para realizar esa inversión y así intentar garantizarse una fuente de ingresos a su vuelta. Decidida a encontrar opciones de colaboración, compartió su caso en una asociación que ayuda a personas inmigrantes en Valencia. La escucharon y se comprometieron a ayudarla, para pagarle el boleto de avión, pues ella no puede cubrir sus gastos de viaje.



“A la señora le mandé 3 mil lempiras, unos 120 euros, como señal de que tengo intención de hacer el trato. Me faltan 62 mil lempiras (unos 2.400 euros, aproximadamente) para completar todo el pago. Lo que traspasa es el derecho a llave, sin incluir el producto de la tienda. Lo triste de todo es que ella necesita ese dinero para emigrar con su hija a Estados Unidos. Yo queriendo salir de esta pesadilla y ella queriendo empezarla. Pero, bueno, no todos los casos son iguales. Ojalá le vaya bien”.

En la asociación le han dicho que, en cualquier momento, le confirman la fecha de su vuelo de regreso a Honduras. Ya ha entregado la documentación requerida y espera ansiosa la llamada definitiva. Mientras, aprovecha para realizar trabajos puntuales de limpieza y cuidados de mayores, que le permitan juntar más dinero para su negocio y para llevar algo para su familia. Ha empezado a hacer maletas y sueña con el día en que, por fin, pueda abrazar a sus hijos.

“Monserrat creo que ni me reconocerá… ¡la dejé tan pequeñita! La mayor se ha puesto a trabajar y la segunda, que es la que cuida a los pequeños, quiere estudiar Medicina. La voy a apoyar en todo. ¡Lo vamos a conseguir juntas! Yo sé que cuando decidimos emigrar lo hacemos pensando en un mejor futuro y, muchas veces, huyendo de la violencia de nuestros países. Pero, después de mi experiencia aquí, he valorado mejor lo que tengo. Es terrible separarse de la familia. Y se lo dice alguien que es muy fuerte y está acostumbrada a vivir en la adversidad. Les diría a esas mujeres que piensan emigrar que lo analicen bien, que no dejen a sus hijos. Que no es justo tomar decisiones en su nombre, porque también sus vidas son afectadas. Que se informen bien y no crean en las cosas que ven en Internet o en las historias que les cuenta cualquiera. He visto gente aquí que se toma fotos en carros y en casas que no son suyas, para las redes sociales, para aparentar una vida de éxito que en realidad no tienen. Es patético. Pero también estoy agradecida con esta experiencia vivida. Hasta las peores humillaciones que he pasado en España me han servido. Hasta el recuerdo de mi ex marido cuando me decía que era una inútil sin él, me ha dado fuerzas para levantarme. Créame, ahora soy otra mujer. Y soy afortunada de poder volver a mi país. Muchas no pueden. Se quedan atrapadas en un pozo oscuro, trabajando por años como domésticas, como internas, y se pierden en el camino. Es duro, porque esta sociedad no las valora. Empezar de nuevo es el mejor regalo que tengo ahora y voy a aprovecharlo”, finaliza.

Organizer

Penny MacDonald
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